Eres bilingüe ¿Y cómo vas con el tema de la identidad?
Cuando emigramos,
todo nos parece fascinante. Las autopistas son amplias y las calles son
limpias, la gente es puntual, hace la cola y no te interrumpe mientras hablas.
Te sientes como si hubieses tomado la decisión de tu vida, saliste del ambiente
folclórico para seguir el orden estatal y diste un paso adelante. ¡Nunca en
reversa!, ¡No, señor, eso sería irreal!
Durante ese
tiempo, tiras una que otra flecha de las que te dejaron tus ancestros indígenas
para defenderte del mundo y sus peligros; en esos primeros dos años, te aferras
a eso que te hace único, pagas altos precios por el dulce de leche, las
empanadas, los patacones, las arepas y un buen jamón ibérico. También ahorras el
Sedal como si fuese oro, porque él es el secreto de tus rizos esponjosos. Y
nunca falta el que encarga durante muchos años los baños de ruda, los aceites
para atraer el amor, la prosperidad y la suerte, pues en su chip mental, nunca
existirá algo mejor para aquellos propósitos.
El Idioma, la Identidad y la Integración
Años más
tarde, cuando regresas a tu tierra natal, la magia se desvanece, los edificios
te parecen pequeños, las calles ruidosas y te das cuenta de que tu país, por
más edificado que esté, es completamente virgen. Pronto notas que ya no puedes
criticar en público, porque entenderán cada palabra de lo que digas y también
llega ese momento, en el que en plena conversación ya no encuentras las
palabras adecuadas para expresarte. Además, llega el punto en el que no
discriminas ni al Baguette, ni a la Pasta, ni al Salami, todo lo contrario, los
extrañas porque ellos ya son parte de tu vida.
Ese es el
momento en el que, sin darnos cuenta, comienza el proceso de la metamorfosis;
pensamos, insultamos y soñamos en otro idioma, podríamos decir que ya comenzamos
a salir del capullo, para adoptar nuevos patrones de pensamiento, pues un
idioma está ligado a la forma de entender y ver el mundo. Sí, hasta el
conocimiento de los colores va variando, dependiendo del idioma que hablemos.
El idioma, es una de las características más importantes de la identidad y aprenderlo es el paso más importante para integrarnos en una cultura ajena, pero despojarnos y alejarnos de él sería como si borráramos una parte de nosotros.
El idioma y el prestigio
Por si no lo
sabias hay más de 9000 lenguas en el mundo, muchas de ellas se hablan en
América latina, África y Asia, pero son los factores socioculturales y
económicos los que hacen que se les den ciertos atributos, como, por ejemplo, el liderazgo, lifestyle, inteligencia y muchas otras cosas más. Así que para muchos el mérito
del bilingüismo sólo lo merecen aquellos que hablan: alemán, español, francés, inglés o japonés.
Si creciste hablando: Aimara, Azerí, Guaraní, Kurdí, Náhuatl, Pastún, Quechua Suaheli o alguna otra lengua minoritaria, seguramente no gozarás del mismo prestigio del que gozas cuando hablas un idioma que se acuna en el sur o el norte de Europa. Interesante, pero en muchos casos, ellos los que crecieron hablando los idiomas de arriba, también son bilingües y muchos de ellos hasta políglotas.
Si creciste hablando: Aimara, Azerí, Guaraní, Kurdí, Náhuatl, Pastún, Quechua Suaheli o alguna otra lengua minoritaria, seguramente no gozarás del mismo prestigio del que gozas cuando hablas un idioma que se acuna en el sur o el norte de Europa. Interesante, pero en muchos casos, ellos los que crecieron hablando los idiomas de arriba, también son bilingües y muchos de ellos hasta políglotas.
Quizás la
integración lingüística de nosotros los hispanohablantes no dependa de la
necesidad de hablar el idioma, pues es una de las lenguas más habladas del
globo. Pero sí del prestigio. Muchos valoran a una etnia más que a la otra y ven su
pertenencia a ella como un mancha en su curriculum vitae, así que llegan a ver el
bilingüismo como una desventaja y se van despojando de su idioma, y le dan el
protagonismo a la lengua de más prestigio, allí es cuando comienza la famosa
sustracción del idioma.
No hay que
dejar que los prejuicios nos dejen al desnudo, abiertos para vestirnos con todo lo
nuevo, sin filtros, ni limitaciones. Hay que despojarnos de conceptos
limitantes ¡si! Pero deberíamos hacerlo como cuando nos bañamos en público, en bañador, sin desnudarnos, disfrutando del baño refrescante, pero quedándonos con nuestra ropa principal, nuestra esencia y
aquello que hizo de nosotros, el ser que somos hoy.
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